mayo 11, 2008

CONCILIO DE LUJURIA Y CASTIDAD

Cuánto deseo tenerte sin desearte,
Estrecharte ciegamente el corazón
sin detenerme a contemplar su templo,
que mi ser sea la única frontera
que limite tus terrenos,
sin que muestre su estandarte,
que mis labios se sacien
con el aroma impío y sobrio
de todo tu beso.

Cuánto deseo tenerte y desnudarte,
y deleitarme con toda tu piel
hacerla mía con mil caricias
rebeldes y salvajes
que destierren tajantemente a la razón
para que reine ya el instinto
las acciones de mis carnes
y expandan sus dominios
a todos los rincones de tu ser.
Muestra tu deslumbrante rostro,
riega tu sonrisa con la luz de tus cabellos,
ofrece el glorioso altar de tus manos
ante la infiel penumbra de mis hombros,
y mi casta voz se inundará
con las nobles lecciones de Ovidio,
o los dulces versos de Byron.
Descubre tu delicioso cuello,
sugiere con tentadora envoltura
las deleitables formas de tu pecho,
desliza suavemente el telón de tus rodillas,
arremete con la fuerza de ese encanto
que derramas en cada uno
de tus insinuantes pasos,
y sacudirá mi lengua lasciva
las más desvergonzadas
lineas de Catulo,
o los himnos más perversos
del más sádico de los poetas.
Cosecha en mí,
escuchar tu risa y tu canto,
las flores que adornan
de colores mis halagos.
Y en la misma siembra se expande
las hiedra libidinosa
con trepadoras ramas
al percibir un incitante susurro
o una sensual oración tuya.
¿Cómo puede ser considerado
un acto de tal bajeza
tan elevado placer?
¿Cómo se puede odiar la vida,
al vivir en casto estado
si el instinto la sustenta
y su misma acción la justifica?
¿Quién dijo que el amor se hace?
El amor se encuentra,
pero no entre fluidos
ni hedióndas secreciones,
sino entre la pureza del instante
y de las expresiones más sinceras
del alma pulcra.
¿Qué tan indeseable puede ser
el mismo elixir
que cultivó tu aliento?
¿Qué hay de malo
en querer perderse
entre los más suaves manantiales,
cual inocente deseo
de un pequeño infante?
Cómo deseo tornarme en un Eunuco
y desprenderme así
del pudor y del instinto;
y por fin, ser tú y yo uno solo
sin mayor penetración
que el sentimiento puro
y la piel exenta del deseo.
Cómo deseo volcarme en tu cuerpo impuro
con todos mis sentidos extasiados,
con toda la lascivia exhuberante
para así saciar nuestros instintos
hasta el hartazgo
hasta que el sol nos despierte.

Arriva pronto
a las trincheras de mi duda,
único juez que puede conciliarme
con fuerzas tan hostiles
de poderosas armas.
Amor infalible y diplomático,
serena mis aguas,
y llena el sentimiento de tu paz
termina con la guerra
de lujuria y castidad,
para que pueda equilibrarse
la pasional balanza,
y ponga fin a mi dilema
de quererte con el alma
o con el cuerpo seducirte,
y pueda simplemente
amarte sin estorbos
con el corazón exaltado
y con el vientre humedecido.

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